Las grandes bandas grabadas en la memoria como la huella de un hierro candente desatando fanatismo, provocan siempre lo mismo cuando se les experimenta por primera vez: un flechazo y cierto desconcierto -¿qué es esto? ¿a qué se parece?-, seguido de adrenalina y obsesión. Es probable que la mayoría de los asistentes de esta noche en el Movistar Arena en el único concierto en solitario de Tool en América del sur, una audiencia mayoritariamente masculina cuando se trata del cóctel entre metal y progresivo que en Chile cala hondo, haya experimentado esos y otros sentimientos parecidos -perturbación por cierto-, cuando los californianos se cruzaron inicialmente en sus vidas. La cuenta pendiente de ver en directo a una de las alineaciones definitivas del rock de todos los tiempos, quedó completamente saldada. Nadie va a olvidar lo vivido esta noche.

Con el Movistar Arena repleto hasta la última fila con cada asistente instalado en asiento numerado, y con la orden explícita de no utilizar las cámaras de celulares -mensaje impreso en miles de papeles pegados en los respaldos-, el espectáculo comenzó a las 21:03 con densos latidos por los altoparlantes.

En este caso, el concepto de espectáculo es aplicable y justo en su totalidad. La experiencia de Tool en vivo es una provocación sensorial completa. Las imágenes enraizadas en la ciencia ficción y las luces constantes, cobran un relieve fenomenal. Hubo varios pasajes en que el público giró sus cabezas hacia el sentido opuesto de la gigantesca sala, pendiente del remate de infinidad de rayos multicolores acribillando el fondo de la edificación en líneas sinuosas.